Sociedad | Consumos culturales
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Buenos Aires, con su vibrante vida cultural, es un escenario privilegiado para observar cómo las prácticas culturales se entrelazan con las condiciones sociales y generacionales. Desde el tango y el teatro independiente hasta los streamings y los festivales urbanos, los consumos culturales de los porteños revelan tanto sus preferencias como sus posibilidades.
Los jóvenes de 18 a 30 años son los principales consumidores de cultura digital. Escuchan música en plataformas como Spotify, ven series en Netflix o Twitch, y siguen creadores de contenido en redes sociales. También participan activamente en festivales, ferias y eventos urbanos gratuitos como la Noche de los Museos o Ciudad Emergente. Aunque muchos valoran el teatro y el cine, el costo de las entradas puede ser una barrera, por lo que optan por espacios alternativos o autogestivos.
Los adultos de 31 a 60 años presentan una mayor diversidad de consumos. Muchos combinan lo digital con lo presencial: leen libros físicos y también ebooks, van al cine pero también miran películas en streaming. Los sectores medios y altos suelen asistir a espectáculos teatrales, exposiciones y conciertos, mientras que los sectores populares priorizan actividades gratuitas o comunitarias.
Por su parte, entre los adultos mayores (60+), aunque algunos se han adaptado a la tecnología, sus consumos culturales siguen ligados a medios tradicionales como la radio, la televisión abierta y los diarios impresos. Valoran el teatro clásico, la música folklórica, el tango y las actividades barriales. Los centros culturales y clubes de barrio cumplen un rol clave en su acceso a la cultura.
El acceso desigual a la cultura
La clase social influye no solo en los gustos, sino en las posibilidades reales de acceder a bienes culturales. En Buenos Aires, las diferencias son notorias.
• Sectores altos: Tienen acceso a una oferta cultural amplia y diversa. Asisten a espectáculos pagos, compran libros, visitan museos y galerías, y suelen tener suscripciones a múltiples plataformas digitales. También participan en actividades culturales vinculadas al consumo gourmet, la moda o el arte contemporáneo.
• Sectores medios: Son consumidores activos, aunque más selectivos. Buscan promociones, descuentos o actividades gratuitas. Valoran la cultura como forma de recreación y formación, y suelen participar en talleres, cursos o ciclos de cine. El teatro independiente, las ferias de libros usados y los centros culturales barriales son espacios clave para este grupo.
• Sectores populares: El acceso a la cultura está mediado por la gratuidad y la cercanía. Las radios comunitarias, los festivales barriales, las bibliotecas populares y los centros culturales del Estado son fundamentales. El consumo cultural se vincula muchas veces con lo colectivo: murgas, peñas, bailes, y actividades organizadas por organizaciones sociales.
El territorio también importa
Aunque Buenos Aires es una ciudad con alta concentración de oferta cultural, esta no está distribuida de manera equitativa. Las zonas céntricas (como San Telmo, Recoleta, Palermo) concentran teatros, museos y salas de conciertos, mientras que en la periferia (Villa Lugano, Mataderos, Soldati) la oferta depende más de iniciativas comunitarias o estatales.
Esta desigualdad territorial refuerza las diferencias de clase: quienes viven en zonas con mayor infraestructura cultural tienen más oportunidades de acceso, mientras que otros deben desplazarse o conformarse con opciones más limitadas.
Nuevas tecnologías, nuevos consumos
La digitalización ha transformado los consumos culturales en todos los grupos sociales y etarios. Sin embargo, el acceso a dispositivos y conectividad sigue siendo desigual. Mientras que algunos porteños disfrutan de experiencias inmersivas, realidad aumentada o conciertos virtuales, otros apenas acceden a contenidos gratuitos en sus celulares.
Las redes sociales también han modificado la forma de consumir y compartir cultura. TikTok, Instagram y YouTube son hoy espacios donde se produce y circula cultura, especialmente entre los jóvenes. Pero también han surgido iniciativas que democratizan el acceso, como bibliotecas digitales, cursos gratuitos y transmisiones en vivo de eventos culturales.
Cultura como derecho
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