Porteñas | Cambio climático y políticas públicas

Ciudad verde

Entre la dura sequía y la multiplicación de olas de calor extremo, el verano pasado puso en evidencia que el cambio climático ya llegó y nos afecta sobremanera. ¿Qué se puede hacer para afrontar sus consecuencias y mitigarlo dentro de lo posible en la ciudad?
Buenos Aires, 18 de abril de 2023. Lo que numerosos expertos venían anunciando desde hace años, finalmente empieza a mostrar su peor rostro. El calentamiento global prosigue y con él, una alteración de los patrones climáticos que ya incide en nuestras vidas. La peor sequía del siglo indujo una profundización de la crisis económica que atravesamos, al privarnos de los ingresos de divisas habituales por la comercialización de nuestras cosechas e impulsar la inflación interna por el encarecimiento y la reducción de los alimentos disponibles.

Por si esto fuera poco, la ciudad se volvió insoportable por sucesivas olas de calor extremo, frente a las cuales la única solución aparente es encender más acondicionadores de aire, incrementando el consumo de combustibles fósiles y la emisión de dióxido de carbono, en un ciclo vicioso de retroalimentación perversa del cambio climático. ¿Qué hacer? ¿Existe una salida?

Existe y es volver a la armonía con la naturaleza, respetando sus ciclos y usando sus estrategias. Una agencia gubernamental porteña lo certificó. A fines de marzo el diario La Nación publicó la noticia. “El Jardín Botánico Carlos Thays, situado en el barrio de Palermo, fue seleccionado como el primer refugio climático de la ciudad de Buenos Aires ya que las temperaturas en su interior son, en promedio, un 4,8 º C menores que las registradas en sus alrededores. El reconocimiento fue entregado por la Agencia de Protección Ambiental, perteneciente a la Secretaría de Ambiente porteña”, informaba el matutino. Casi cinco grados menos a la sombra de los árboles en verano. Una razón más que valedera para intentar hacer de la ciudad un bosque, plantando árboles en todos los lugares posibles. 

Estos aliados de la salud climática, “absorben el dióxido de carbono, principal causante del calentamiento global, a la vez que liberan oxígeno. Un árbol grande puede absorber hasta 150 kilos de CO2 al año. También reducen la contaminación acústica, que queda atenuada por los follajes, aumentan la biodiversidad urbana, contribuyen a la regulación térmica (logran ayudar a enfriar el aire entre dos y ocho grados), con lo que pueden llegar a reducir en verano la necesidad de aire acondicionado en un 30% y las facturas de calefacción en invierno entre un 20% y 50%. Los árboles de las urbes regulan el flujo del agua y desempeñan un papel clave en la prevención de inundaciones y en la reducción de riesgos de desastres naturales”, publicaba el diario español El País en mayo de 2018. Y aportaba otro dato: que la Organización Mundial de la Salud (OMS) “ha asegurado que se necesita, al menos, un árbol por cada tres habitantes para respirar un mejor aire en las ciudades y un mínimo de entre 10 y 15 metros cuadrados de zona verde por habitante.” Con algo de 420000 árboles, la ciudad tiene sólo uno cada ocho habitantes, muy lejos de la cifra recomendada. Sería necesario incrementar su cantidad un 150% para alcanzar esa proporción. 

También los espacios verdes

Otro organismo público, en este caso la Dirección de Espacios Verdes y Arbolado del Gobierno porteño, reconoce que, “según recomendaciones internacionales, la cantidad necesaria de espacio verde por habitante en una ciudad es de aproximadamente 10 metros cuadrados y la Ciudad tiene un poco más de 6 metros cuadrados de espacios verdes por persona”. 

Pese a esto, el gobierno de Rodríguez Larreta insiste con urbanizar el borde costero, generando oportunidades de enormes negociados inmobiliarios para sus amigos, al tiempo que desaprovecha la oportunidad de ampliar la superficie de espacios verdes públicos y genera una barrera arquitectónica que impide que las brisas del río refresquen la ciudad. 

De paso, también hace caso omiso a la letra y el espíritu de la Constitución de la Ciudad que en 1996 estableció que “los espacios que forman parte del contorno ribereño de la Ciudad son públicos y de libre acceso y circulación” y que se debe promover “la recuperación de las áreas costeras”, y “garantizar su uso común”.

La habilitación del desarrollo urbanístico sobre el humedal de la ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors, con torres de 140 metros de altura; el rechazo legislativo a debatir la iniciativa popular para realizar un parque público en los terrenos de Costa Salguero - Punta Carrasco, entre otras iniciativas, reflejan la lógica del macrismo de que para que la costanera tenga vida, debe llenarse de edificios y explotaciones comerciales como Puerto Madero. 

Esta intervención proyectada de forma invasiva sobre el entorno ribereño, denominada engañosamente “BA Costa”, desconoce los servicios sociales y ambientales presentes y futuros que ofrece el área, interfiere con sus procesos ecológicos e ignora la necesidad imperiosa de adaptar la ciudad a los efectos del cambio climático. Es todo lo contrario a lo que hay hacer.

Desde el Observatorio del Derecho a la Ciudad se reclama otro rumbo. “En la Ciudad de Buenos Aires, la temperatura máxima viene aumentando sostenidamente desde la década del 60. Sólo en el período 1991-2021 la temperatura máxima promedio anual aumentó en la Ciudad 0,8 grados. En el actual contexto de crisis climática, es estratégico recuperar la totalidad del borde costero para afrontar eventuales ascensos del nivel de las aguas, permitir el ingreso de los vientos y las brisas desde la costa a fin de mitigar el calentamiento y reducir las inundaciones”, afirmaban en mayo del año pasado en un documento titulado “La media verdad del BA Costa”.

Santiago Pujol


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