Buenos Aires, 2 de junio de 2020. El riesgo estaba anunciado y por esa razón se adoptaron desde temprano acciones muy fuertes para mitigarlo, entre ellas el aislamiento social preventivo que superó los setenta días. Tiempo ganado para prepararse y crear condiciones que eviten la propagación desbocada del virus. En esa línea y para cobijarse si algo salía mal, Larreta se pegó a Fernández y Kicillof. Tiene lógica. La ciudad no termina en la Av. Gral. Paz. Y millones transitan diariamente en tiempos normales esa frontera escasamente visible hacia uno y otro lado. Trabajar en equipo, como dice el Jefe de Gobierno, es lo que impone la sensatez en esta hora.

El esfuerzo genera cansancio y provoca el empobrecimiento de los que no pueden trabajar o ven su actividad disminuida. Eso empuja a muchos a tomar riesgos excesivos saliendo a la calle y a presionar por el reinicio de las actividades habituales, como si el peligro ya hubiese pasado. Sin hablar de los que apuestan al fracaso colectivo y promueven una suerte de insurgencia sanitaria que facilite la epidemia. Una cosa y la otra, tienden a descontrolar la situación, echando por la borda el esfuerzo colectivo realizado.

Además, lo que podía salir mal, salió mal. La situación sanitaria y habitacional de los ahora llamados barrios populares era pésima para solventar con éxito una epidemia que requiere extremar la distancia social y la higiene. Pero sin agua es imposible. Y ocurrió lo que se temía. En la villa 31 la cosa explotó. Centenares de casos en cuestión de días, en general jóvenes que superan la enfermedad sin mayores complicaciones, pero muchos otros que no pudieron con ella y perdieron la vida.

La imprevisión llega al extremo de que aún no existen, pese a órdenes judiciales concretas en ese sentido, protocolos de actuación para prevenir la propagación del virus aplicables a las poblaciones de esos barrios o de hospitales neuropsiquiátricos, por mencionar dos casos de varios, que hemos publicado en nuestras páginas. Tampoco hay, pese al tiempo trascurrido desde que comenzó la alarma, suministros suficientes de elementos de protección personal para el personal de salud y pacientes internados en los diferentes nosocomios. Debido a esto hubo un contagio masivo en el parador para personas en situación de calle de Retiro.

Pero además, en esta situación se mostró un doble estándar de la política pública. Si a los viajeros que regresaban del exterior se les hacía hacer una cuarentena en hoteles, a los villeros se los mal acomoda en centros comunitarios. Una política pobre para los pobres, como denunciaba sagazmente Eva Perón hace décadas. Tiene que acudir Nación en auxilio de la población porteña que más sufre, habilitando la terminal de cruceros como centro de resguardo de los pacientes leves, para evitar que se pasee en micros escolares a los posibles contagiados por los hospitales de la ciudad, sin el resguardo debido de nuevos infectados. ¿Por qué se juega así con la vida de la gente? ¿Desidia, impericia o ignorancia? ¿Cree Larreta que su “equipo” con  Alberto Fernández le garantiza impunidad? Al final del día veremos qué costo pagó la ciudad por esta “imprevisión”. Confiemos que no sea muy caro.

                                                                                                           Lic. Gerardo Codina

  

 

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