Editorial | La desigualdad en evidencia

El derecho a la ciudad

La emergencia sanitaria puso patas para arriba muchas certezas y abrió interrogantes sobre cómo deberán ser las cosas a futuro. También las ciudades tendrán que replantearse. Lo dijo Fernán Quirós. El Covid 19 es una enfermedad de ciudades. Tiene razón. Se propaga mucho más fácilmente entre las muchedumbres amontonadas, en las viviendas hacinadas, en los espacios cerrados sin adecuada ventilación. Pero claramente es peor sin agua para higienizarse, como sucedió en la villa 31.
Buenos Aires, 4 de agosto de 2020. Sucede que nadie puede decir que esta será la última vez que ocurra una pandemia. Al contrario. Las condiciones actuales favorecen la rápida propagación de cualquier enfermedad parecida. Por lo que habrá que prepararse desde ahora para la próxima. ¿Qué se debe cambiar en la ciudad para estar mejor prevenidos? Por lo pronto, asegurar el derecho a la ciudad para todos sus habitantes.

Carecer de agua en medio de la ciudad es no pertenecer a ella, aunque se esté en ella. Es casi lo mismo que vivir en la calle. La cuarentena mostró otra intemperie. Como nos obligó a muchos a teletrabajar, se pudieron ver las falencias de conexión y la falta de espacios para hacerlo dentro de la casa. Es que la mayoría de las casas no están pensadas para eso. No hay lugar y el poco que existe no está adecuado para teletrabajar, compartiendo los escasos recursos tecnológicos disponibles con niños y jóvenes que también tienen que proseguir sus estudios a distancia. Además, hay que tener luz. Si se corta, nadie puede trabajar a distancia. Esto también hace al derecho a la ciudad. 

A viviendas adecuadas para todos y servicios básicos que funcionen, hay que sumarle también conectividad accesible y suficiente. En muchas ciudades del mundo, no sólo el transporte público tiende a ser gratuito, para desalentar el uso de autos particulares, sino que también proveen internet gratis a todos, para que nadie esté desprovisto de una herramienta de interacción que hoy ya es imprescindible. Una necesidad que se hizo más notoria con la pandemia.

Entre nosotros la ciudad es ajena a muchos. Ahora se hizo más visible la desigualdad. Los vecinos de villas, hoteles familiares, inquilinatos, casas tomadas, enfermaron en mayor proporción porque no pueden sostener ninguna distancia social en ambientes en los que están hacinados. No es un problema nuevo. El ministro Quirós lo reconoció cuando indicó que había más prevalencia de la enfermedad en aquellos barrios de mayor densidad habitacional. 

Pero en trece años de gestión del PRO no mejoró en nada. Más bien empeoró, porque el valor de la tierra no para de subir y el costo de vivir dignamente en la ciudad se hace inalcanzable para la mayoría. Algo incentivado por la especulación inmobiliaria promovida desde el mismo gobierno con sucesivas reformas del código urbanístico y del plan urbano ambiental. Reformas que no sirvieron para agregar espacios verdes, salvo canteros de bulevares improvisados, pero sí para pingües negocios privatizando bienes públicos, para lo que hubo tiempo y voluntad. 

Las futuras pandemias no son la única amenaza que enfrentamos y que debe hacernos replantear la ciudad. La otra, tan presente como el coronavirus aunque igualmente invisible, es el cambio climático y cómo gravita en esa transformación del clima la misma ciudad. Un suelo que no absorbe precipitaciones más intensas, una ciudad que carece de adecuada densidad de arbolado público, que tiene un aire malsano por las emanaciones tóxicas de los motores de combustión interna. Esos temas también hay que registrarlos. Pero no serán resueltos mientras se piense la ciudad como un negocio y no como un derecho humano de todos.

Lic. Gerardo Codina


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