Editorial | Decir y hacer diferentes

Tiempo de diálogos

El discurso del Jefe de Gobierno al inaugurar el período ordinario de sesiones de la Legislatura porteña tuvo poco de novedoso. Larreta leyó su mensaje e hizo dos menciones explícitas a su disposición al diálogo, tanto con el gobierno nacional, como con el de la provincia, con los que deberá cohabitar los próximos cuatro años y coordinar múltiples temas. Buenos Aires, 6 de marzo de 2020. La lectura del discurso fue el único punto en común con lo que luego hiciera Fernández. Su voluntad de dialogar responde a una realidad política -ya no tiene a Macri ni a Vidal de socios- y también a la necesidad de diferenciarse de otros liderazgos dentro de su espacio político. Cree que de este modo preserva sus ambiciones presidenciales, sin perder el perfil PRO que viene marcando la agenda en la Ciudad desde hace ya doce años. Un discurso políticamente correcto, vistoso y de impacto publicitario, que barre bajo la alfombra de las medias verdades los conflictos que existen.

Pertenece a una coalición en la que todavía se debe tramitar qué conducción tendrá y qué línea de acción política habrá de darse. Hay dos sectores en pugna. Por un lado, aquellos que apuestan desde el primer momento al fracaso de la nueva gestión y no ahorran excusas para sabotear los esfuerzos que hace Alberto Fernández para enderezar el rumbo y resolver las urgencias. Fueron y son socios de los fondos buitres, a los que ahora también asesoran contra los intereses nacionales. 

Por el otro, aquellos más cautos, que temen quedar desfasados si Fernández tiene un éxito aunque sea moderado en su desafío de reperfilar la deuda externa, que perciben la adhesión social que gana el Presidente con sus gestos y además tienen requerimientos concretos de articulación con su gobierno porque les caben responsabilidades institucionales. Larreta milita claramente entre los segundos. Es la contracara de Patricia Bullrich, que habla en nombre de Macri, el padrino.

Quizás sea ingenuo esperar que al hablar de lo hecho y de lo que se proyecta hacer, se mencionen los errores, las faltas o las insuficiencias. Menos cuando se vienen de tres gestiones propias. Es más fácil referirse a la herencia recibida cuando proviene de otro. Fernández no abusó del recurso, porque la gravedad de lo que sucede es vastamente conocida y sufrida por los propios, del mismo modo que desmentida por los actuales opositores. 

Pero Larreta omitió todos y cada uno de los temas conflictivos. Ni la revisión de la coparticipación reforzada por el macrismo, de las cesiones de inmuebles nacionales o del puerto porteño, por mencionar algunos ítems de su agenda con el habitante de la Casa Rosada. Pero tampoco del fracaso de la licitación del subte, la falta de vacantes en la escuela pública, los conflictos con docentes y con los residentes de la salud pública, la vigencia de la inseguridad pese al despliegue de fuerzas policiales, la proliferación del dengue, la crisis habitacional y la falta de diálogo con la oposición en la Ciudad, por mencionar algunos. 

Porque en la Legislatura la mayoría de las iniciativas de su gobierno sólo fueron votadas por su propio bloque, sin intentar acordar posiciones con las otras fuerzas. Nada que se parezca a construir consensos, como los que se reclaman al actual oficialismo nacional. Quizás los diálogos que pregona Larreta sean de sordos. De ser así, no prometen más que pérdidas de tiempo y sonrisas simuladas para la foto.

Lic. Gerardo Codina



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