Editorial | De cara a las presidenciales

Los trabajos de Larreta

A diferencia de los legendarios trabajos de Hércules, los que tiene por delante el alcalde porteño no le han sido impuestos para purificar su alma, sino para satisfacer su vanidad. Ceñirse la banda presidencial es el sueño húmedo de todo dirigente político y Larreta no es la excepción. A ese objetivo habrá de destinar sus mayores esfuerzos hasta las próximas elecciones, aunque eso implique dejar en manos de su equipo la gestión cotidiana de la mayor ciudad argentina. Al fin y al cabo es lo que le tocó hacer a él cuando su jefe Mauricio Macri recorrió el mismo camino.
Buenos Aires, 8 de febrero de 2022. Cuenta con la invalorable ventaja de tener la mayor vidriera del país, un presupuesto abultado y la complicidad de casi toda la prensa nacional que funciona como si la ciudad fuese Argentina, por ser su capital. Esa deformación institucional severa impuso a tres de los últimos cinco presidentes electos por el voto popular, incluyendo el actual y dos de esos tres, accedieron al primer plano de la política argentina por el hecho anterior de ocupar la alcaldía porteña.

En contraste, ningún gobernador bonaerense accedió a la primera magistratura desde Mitre en 1862, salvo el interinato de Duhalde luego de la debacle institucional, económica, social y política del 2001. Tanto que algunos hablan de una suerte de “maldición” que se atraviesa en el camino de quienes gobiernan el mayor distrito del país; maldición que se habría cruzado en el camino de Scioli, derrotado por Macri en 2015 y que echaría sombras sobre el futuro del actual mandatario bonaerense, Axel Kicillof.

Con esos antecedentes a favor, Larreta se imagina número puesto para el próximo turno electoral, si logra sortear la interna que deberá disputar tanto en su propio partido, cuanto con sus aliados más importantes, los herederos deslucidos de Yrigoyen y Alem. Patricia Bullrich, quizás en tándem con otro fenómeno porteño como es Javier Milei, tratará de expresar la porción más radicalizada y violenta de la nueva derecha argentina, manifestación de aquellos sectores de poder que se sienten amenazados en el goce de sus privilegios por la magnitud de la crisis que atravesamos y están dispuestos a defenderlos activamente, incluso recurriendo al ejercicio de la fuerza. 

Los radicales de ahora no le van en zaga aunque hagan apelaciones republicanas. Perdieron la fe en la democracia cuando irrumpió el peronismo y, desde entonces, cultivan el arte del complot leguleyo afincados en los estamentos judiciales, además de haber golpeado más de una vez la puerta de los cuarteles. 

De ambos sectores tratará de diferenciarse Larreta, pero no mucho, porque necesita de sus votos si no quiere perder antes de largar. Correrá con la ventaja de que el gobierno de Alberto Fernández ha elegido transitar los próximos años austeramente para poner en orden la economía, desquiciada por la pandemia y el inaudito endeudamiento externo generado intencionalmente por el macrismo. Austeridad que enoja a sectores del Frente de Todos que ya vaticinan que ellos perderán las elecciones próximas, si la economía no crece a tasas chinas como en tiempos de Kirchner y se paga simultáneamente la también gigantesca deuda social del presente. No es imposible, aunque el mundo no se presenta favorable para un pronóstico tan optimista. 

Sabiendo de las dificultades que afrontan sus contendientes internos y externos, Larreta pone manos a la obra a su principal desafío, resultar atractivo para una porción del electorado propio que lo rechaza por blando frente al peronismo, sin abandonar la aparente racionalidad que se le demanda a quien pretende gobernar un país tan crispado por antiguas tensiones.

Lic. Gerardo Codina


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