Sociedad | Por los alrededores del barrio

"Doctor de juguetes"

En Almagro funciona el consultorio de un médico especial. Sus pacientes son muñecos. El "doctor" Julio Roldán atiende domingos y feriados en su "clínica" de muñecos. Si bien sus pacientes son de plástico, porcelana o pasta, quienes le preocupan son los pequeños clientes que llevan a los enfermos, con tristeza y esperanza de que sean curados (reparados).
Buenos Aires, 26 de setiembre de 2017. Julio Roldán estaba arreglando un juguete cuando un experto en el tema lo vio, le enseñó a restaurar muñecos y ahora es un "orfebre" en la materia. Pasó su infancia en una casa de poco recursos en las sierras de Córdoba. Allí sus juguetes eran sus creaciones de barro. Ahora tiene 72 años y vive en Buenos aires. Hace tiempo obtuvo el título de médico de juguetes. En su casa taller de Almagro (Venezuela al 3774) dice que no hay muñecos que no tengan arreglo.

"Algunos dicen que soy un artesano pero en realidad soy un orfebre de muñecas, lo que en un sentido más amplio, más allá de lo estrictamente técnico del oficio, es una manera de restaurar afectos", explica Don Julio. Sus pacientes son muy variadas, las hay de porcelana, de celuloide, de pasta, de papel maché, de peluche y hasta de plástico. 

Este particular doctor se siente satisfecho por su trabajo porque siempre va a haber un nene o una nena que quiera jugar con los muñecos reparados. "Ocurre que pego onda enseguida con los muñecos y es por eso -aseveró- que paso muchas horas aquí, trabajando y atendiendo a los clientes que me traen muñecas en busca, también, de restaurar afectos", destacó Julio.

En un antiguo local a la calle, con pesadas y despintadas persianas de hierro, típicas de los almacenes de los años 30, que llevan años sin levantarse, se oculta la única clínica de muñecas que aún queda en la ciudad de Buenos Aires.

Roldán sostiene que la electrónica y la tecnología es muy buena para algunas cosas, pero mala para otras. "Es impresionante cuando veo a mi nieto manejar el celular con tres años, pero también veo a las mamás y a las abuelas cuando traen a arreglar las muñecas que eran de ellas para dejarles a sus nietas o bisnietas".

Una pequeña puerta de madera, siempre cerrada, salvo que espere a alguien, introduce al visitante al mágico mundo del "doctor" Julio Roldán, tal como dice su guardapolvo blanco, que atiende a pacientes muy particulares: muñecas de porcelana, de celuloide, de pasta, de papel maché, hasta de plástico y de peluche.

En el lugar hay cientos de muñecas y miles de partes de ellas que cuelgan por todos lados: cabezas, ojos, brazos, piernas, torsos y cabelleras, todo en un caótico desorden que entiende y acepta de buena gana sólo el "doctor" Roldán, con medio siglo de profesión.

No hay dos muñecas iguales, entre las cientos que se ven a simple vista, una razón por la cual Roldán asegura que no necesita ir a ningún psicólogo, ya que su terapia es arreglar todos los días a una diferente. "Todo eso tiene un valor afectivo incalculable. La gente sigue trayendo sus muñecas y cada una de ellas representa una experiencia única, porque siempre tengo cosas diferentes para arreglar".

Pasó su infancia en el campo de Tulumba, en el norte de Córdoba, en un rancho con piso de tierra en el que vivía junto a sus padres y diez hermanos, donde sus únicos juguetes eran los muñecos que armaba con barro y paja, habilidad que él admite podría estar relacionada con el oficio que desarrolla hace 50 años.

Sin embargo, Roldán adjudica su pasión por "curar" muñecas al maestro Betancourt, quien le enseñó desde muy chico el oficio, legitimado con el lema "Chicos va a haber toda la vida, así que trabajo no te va a faltar nunca".

"Amo a la gente que viene acá porque me trae afectos y viene a recuperar algo para dejarle a una nieta, a una hija, a una hermana", asegura con una sonrisa, y cuenta que sus pacientes se internan para someterse a cambios de peluca, ojos, elásticos, piernas, brazos y pestañas.

El hombre explica que en el caso de las muñecas plastisol, las más modernas, ingresan al quirófano por cambios de cabellera y ojos, pero las de pasta, para restaurar los ojos, brazos, pelos naturales, pestañas y los elásticos que van por dentro.

Las muñecas son como las personas, dice, necesitan mantenimiento y uno de los peores errores que se puede cometer es guardarlas en el ropero, sin que respiren ni les dé luz.

"La persona que regala una muñeca nos deja marcados para toda la vida. Siempre vamos a ver a una nena con una muñeca en un aeropuerto, en un micro, en un colectivo. Una muñeca puede recorrer el mundo y después volver a la casa. La electrónica nunca va a vencer esto", finaliza Roldán.


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