Comunales | Estación Urquiza – Semana Trágica
Las razones de un nombre
La Semana Trágica es el nombre con el que se conoce la represión y masacre sufrida por el movimiento obrero argentino, en la que fueron asesinadas cientos de personas en Buenos Aires, en la semana del 7 al 14 de enero de 1919, durante el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen. La misma incluyó el único pogrom (matanza de judÃos) del que se tiene registro en América y que sucedió en Once y Villa Crespo.
Buenos Aires, 12 de setiembre de 2017. El conflicto se originó a raÃz de una prolongada huelga declarada en la fábrica metalúrgica Talleres Vasena, allà donde ahora se encuentra la Plaza MartÃn Fierro, en las inmediaciones de la estación Urquiza de la LÃnea E, a la que se le quiere modificar el nombre, agregando Semana Trágica.
Los huelguistas reclamaban mejores condiciones laborales. El conflicto escaló, impulsado por la intransigencia patronal y de la FORA del V Congreso de tendencia anarquista, asà como el accionar violento de rompehuelgas, hasta que se desató la represión abierta por grupos parapoliciales amparados por el gobierno, la policÃa y el Ejército, asesinando, deteniendo y torturando a miles de personas, mientras las población respondÃa con una pueblada generalizada.
El gobierno radical osciló entre su polÃtica de mediación en los conflictos laborales y la adopción de una polÃtica altamente represiva, que incluyó el apoyo a grupos parapoliciales, la orden de represión por medio del Ejército, la tortura y la simulación de ataques contra objetivos gubernamentales.
La represión dejó un saldo de cientos de muertos (las estimaciones de la época hablan de 700 muertos), decenas de desaparecidos -entre ellos gran cantidad de niños-, miles de heridos y decenas de miles de detenidos. El gobierno nunca informó oficialmente sobre la represión, ni publicó la lista de muertos.
La violencia represiva asumió un furioso carácter racista. Además de los obreros, fueron masacrados judÃos vecinos del Once, culpados de ser portadores de la infección revolucionaria que hacÃa que los trabajadores reclamasen por sus derechos. Nacionalistas y antisemitas del Partido Radical, el Ejército, la marina y las organizaciones ultra aprovecharon los disturbios en los Talleres Vasena y cayeron a odio, sangre y fuego sobre los barrios hebreos.
Según la historia oficial, la represión contra los obreros de la fábrica metalúrgica Talleres Vasena tuvo el objetivo de talar de cuajo un presunto movimiento extremista de comunistas y anarquistas llegado desde Europa "y atentar contra el estilo de vida argentina", lugar común que en el futuro servirÃa para justificar otros crÃmenes y vandalismos.
Sin embargo, ese episodio, investigado y publicado hasta la saciedad, ocultó deliberadamente la barbarie desatada contra la comunidad judÃa, camuflada durante las batallas campales de la policÃa y el ejército contra los huelguistas. Ni siquiera el periodismo y sus constantes prédicas a favor de la libertad, la democracia y el pluralismo se levantó contra el salvaje pogrom.
Fueron necesarios casi treinta años de silencio hipócrita antes de que un judÃo, Pablo Fishman, entregara una tarde de agosto en la fundación socialista Juan B. Justo su trabajo "El grito olvidado". La documentación clave de la barbarie lanzada en los barrios Once y Villa Crespo.
En ese largo y revelador informe figura, entre muchos testimonios, un memorándum del embajador francés a su cancillerÃa, que dice: "La policÃa masacró de una manera salvaje a todo lo que era o pasaba por ruso", ya que entonces en la Argentina, ruso y judÃo son la misma cosa.
Pero no es todo. El embajador francés escribió también que "... un delegado del Comité Capital del Partido Radical se ufanaba de haber matado, en un solo dÃa, cuarenta rusos judÃos", mientras que su par de la embajada norteamericana informó a su gobierno que entre los 1.365 muertos en la Semana Trágica habÃa encontrado en el Arsenal de Guerra "179 cadáveres de rusos judÃos".
Fishman no era investigador, historiador ni periodista. Era apenas un ciudadano argentino de religión judÃa que durante años oyó hablar en su casa de aquellos hechos; más que hablar, murmurar, por miedo... Leyó cuanto habÃa sobre el tema, pero los autores eludÃan, por sistema, referirse a la cuestión central. El judÃo como enemigo universal y chivo expiatorio.
Recién hacia los años 50, en un texto del médico y polÃtico entrerriano Juan Carulla (1888-1968), nacionalista de pasado anarquista, Fishman halló una pista. El autor, al saber que estaban incendiando el barrio judÃo, caminó hasta Viamonte, a la altura de la Facultad de Medicina, y vio que "en medio de la calle ardÃan pilas de libros y trastos viejos entre los cuales podÃan reconocerse sillas, mesas y otros enseres domésticos, y las llamas iluminaban, tétricas, la noche, destacando con rojizo resplandor los rostros de una multitud gesticulante y estremecida. Se luchaba dentro y fuera de los edificios. El cruel castigo se extendÃa a otros hogares hebreos. El ruido de los muebles y cajones violentamente arrojados a la calle se mezclaba con gritos horrendos: ¡Mueran los judÃos! Cada tanto pasaban a mi lado viejos barbudos y mujeres desgreñadas. Nunca olvidaré el rostro cárdeno y la mirada suplicante de uno de ellos, al que arrastraban un par de mozalbetes, asà como el de un niño sollozante que se aferraba a la vieja levita negra, ya desgarrada... El disturbio provocado por el ataque a los negocios y hogares hebreos se habÃa propagado a varias manzanas a la redonda. El comité radical se habÃa reunido el dos de enero. Siete dÃas después, sus miembros tomaban como profesión la de vejar judÃos..."
Otro testimonio inapelable, el de José Mendelson -inmigrante que llegó a ser gran figura de su comunidad-, citado en la revista "Hechos de la historia judÃa", arriesga que "las matanzas antijudÃas en Europa Oriental fueron un juego de niños. Pamplinas son todos los pogroms al lado de lo que hicieron con ancianos judÃos en las comisarÃas séptima y novena, y en el Departamento Central de PolicÃa... Jinetes arrastraban por las calles a viejos judÃos desnudos, les tiraban de las barbas, y cuando ya no podÃan correr, su piel se desgarraba contra los adoquines, mientras los golpeaban con sables y latigazos..."
Años después, Arturo Cancela, en su libro "Tres relatos porteños", escribió: "... jóvenes con brazaletes, armados de palos y carabinas, detienen a todos los individuos que llevan barba. Los de la carabina les pinchan el vientre o se cuelgan de las barbas, y otros apedrean los vidrios de las casas de comercio, cuyos propietarios abundan en consonantes".
El periodista Juan José de Soiza Reilly denunció en la revista "Popular", número 45, del tres de febrero de 1919, que vio "ancianos judÃos cuyas barbas fueron arrancadas. Uno de ellos levantó su camiseta para mostrarnos dos sangrantes costillas que salÃan de la piel como dos agujas. Dos niñas de catorce o quince años contaron llorando que habÃan perdido entre las fieras el tesoro santo -clara metáfora de violación-. A una que se habÃa resistido le partieron la mano derecha de un hachazo. He visto obreros judÃos con ambas piernas en astillas: rotas a patadas contra el cordón de la vereda... Todo esto hecho por pistoleros llevando la bandera argentina".
No fueron ajenos a la barbarie los asesinos de la siniestra Liga Patriótica Argentina liderada por el ultranacionalista Manuel Carlés, en cuyas filas militaban oficiales del ejército, la marina, y los matones de las bandas Orden Social y Guardia Blanca. Y apenas unos dÃas después de aquella orgÃa de sangre y odio, el pesado manto de la complicidad no ahorró munición: "La Época", órgano oficial del partido radical, acusó de los disturbios de la Semana Trágica... ¡a los judÃos!, y el diario católico "El Pueblo", en sólo tres meses... ¡publicó doce editoriales antisemitas!
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