Comunales | Mercado San Cristóbal

El paraíso de los buscas y coleccionistas

En Independencia y Entre Ríos funciona el centro de comercio más antiguo de la ciudad, fundado en 1882, donde conviven ferias americanas, carnicerías, tiendas de antigüedades y muchas sorpresas más. El edificio actual data de 1945. La mejor forma de recorrer el Mercado San Cristóbal es perdiéndose en cada recoveco. Que un paso guíe al próximo sin ánimo de llegar a ningún lado en particular. Hay más de 150 puestos en la mole de arcos y ladrillos de Independencia y Entre Ríos. En el mar de fotos antiguas, figuras de colección, ropa y tantos otros objetos aguarda el tesoro de cada cual. La magia está en tener paciencia y poder recorrer sin prisa ni pausa este centro de comercio fundado en 1882.

Con 133 años de antigüedad, este punto de encuentro para feriantes, artesanos, comerciantes, carniceros y coleccionistas ubicado al límite de Balvanera, San Cristóbal y Monserrat se ha coronado como el mercado más antiguo de la Ciudad. Le lleva ventaja a los mercados de Abasto (1889) y San Telmo (1897). Se levantó trece años después de la fundación de San Cristóbal (1869). El barrio, de este modo, tuvo primero su mercado y luego su templo, el cual se inauguró en febrero de 1884; una situación excepcional en una aldea porteña cuyos barrios antiguos tenían nombre de parroquia.

Para tener dimensión del desarrollo urbano de aquel entonces, en los años ochenta del siglo XIX San Cristóbal tenía cerca de 37 mil habitantes y tres mil hogares, según referencias oficiales de la Ciudad. Además, en 1882 aparte de abrir este enclave comercial, se fundó la estación ferroviaria 11 de Septiembre (actual Estación Once del Tren Sarmiento).

La primera gran estructura del Mercado se hizo en 1887. Fue de hierro y vidrios amplios, con techo a dos aguas y cierto aire lejano al primer mercado de Abasto de Agüero y Corrientes. La tradición mercantil en esta esquina porteña tuvo un punto de giro cuando en 1945 se construyó el actual diseño, proyecto de los arquitectos Santiago Sánchez Elía, Federico Peralta Ramos y Alfredo Agostini (estudio SEPRA). Se trata de una gran estructura formada por tres arcos de 17,20 metros de luz y 35 metros de largo, construídos en hormigón armado.

El resultado final es un conjunto de ondas enladrilladas que llaman la atención entre tanto edificio de altura que los rodea. En la planta baja hay una hilera de ocho negocios sobre Entre Ríos y otros tantos sobre Independencia. En la esquina además está desde 1930 el Gran Café Gardel de Buenos Aires, que se hizo conocido porque durante mucho tiempo lució un cartelón con la estampa del Morocho de Abasto.

Toda esta efervescencia mercantil late de lunes a sábado desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche. Sobre la avenida Entre Ríos hay dos ingresos a la planta principal del Mercado. Por Independencia hay un ingreso de carga, con espacio para autos y camionetas; allí en lo alto se levanta un frontispicio beige con letras en relieve que rezan: “Mercado y Frigorífico San Cristóbal”.

Por dentro, la mayoría de los locales está sobre la planta baja, mientras que varias decenas se ubican escaleras arriba. Estos pasillos de planta alta ofrecen una vista panorámica donde queda expuesta la esencia mixturada del lugar. El espectáculo de luces, contrastes, músicas lejanas y texturas se concentra en esta vista, complementada con los arcos interiores de la histórica edificación.

En esta maraña de historia, galerías y puestos está la amalgama que da color y tradición a este Mercado. Algunos habitúes del San Cristóbal van a renovar el guardarropa. Y para ellos hay puestos como el de Chavela. En el corazón geográfico del Mercado, con el número 100 en lo alto, se ven camperas, zapatillas, pulóveres y demás prendas. “Acá hay de todo para que con unos pesos te puedas abrigar”, dice la vecina de Isla Maciel que todos los días de la semana se toma varios colectivos para llegar y atender a la clientela local. “Hace doce años que estoy, decí que ahora me ayuda mi nieto”, agrega risueña.

Otros tantos van en busca de piezas de colección. Y con Toto es que pueden ir a hablar. Este vecino de San Cristóbal, que vive a dos cuadras del Mercado, desde hace un año atiende el local “Lo de Violeta. Cosas de aquellos tiempos”. Tiene desde prendedores de época hasta cuadros, relojes antiguos, videocaseteras y repuestos para el hogar. Cuenta que lo suyo primero fue un hobbie y luego se lo tomó en serio: “Tenía un container de 40 pies con objetos de decoración, pensaba venderlos por mi cuenta pero vi que te daban muy poco, por eso alquilé este local. Ahora vienen y me traen objetos para comprar o vender”.

Esta pasión por el coleccionismo tiene varios adeptos dentro del Mercado. En otra punta, Mónica atiende dos locales, uno con objetos y ropa antigua y otro con muñecos incunables. “Con mi marido tenemos cada uno su trabajo, pero por la tarde atendemos acá, es un segundo trabajo donde combinamos nuestro placer por el coleccionismo”. Las figuras de acción más bien están “en exposición y no en venta”. Se trata de representaciones antiquísimas de Mafalda, Hijitus y otros personajes nacionales.

Los vecinos en su recorrida por coloridos puestos llenos de rarezas, objetos de otros tiempos y ropas para salir de apuro, pueden hacer las compras para la mesa del día. Hay varios locales de comida como “Abundante y Casero”, atendido por Carlos quien antes vendía comida por internet y apostó a tener un local dentro del Mercado.

En esta línea hay varias carnicerías, con sus mostradores de mármol y heladeras antiguas de madera. Alberto atiende en el puesto 72 desde hace 40 años de martes a sábado y asegura: “El barrio cambió, el Mercado cambió, pero sigo acá, soy un laburante de San Cristóbal”.
Y así hay tantas historias como puestos en este rincón porteño, de puertas abiertas desde hace más de un siglo.


Juan Castro


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